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Miopes Leves vs Miopes Cerebrales

  • Writer: Xavier Ortiz
    Xavier Ortiz
  • Feb 26, 2023
  • 6 min read

En una noche fría, tras un encuentro con tus amigos, estás de regreso a tu casa. Aún con las luces largas, no consigues ver completamente nítido. Intentas recordar la cantidad de alcohol que consumiste, las horas de sueño o tu cena, para encontrar la causa de la turbidez en la distancia. Acusas a la neblina que, en áreas de la montaña, arropa las carreteras, los puentes, las curvas. —Si la gente apagara las luces largas —murmuras para consolar la ansiedad al sentir que el carro detrás de ti exhala sus gases en tu cuello. Imaginas que la persona dentro de ese otro vehículo, en el momento más excitante de su canción favorita, se detiene para decirse así mismo “¿pero y esta tortuga?”. Le contestas con la seguridad de los cristales —si tienes prisa, pásame por el lado—. Unos segundos después, hace lo propio. Parecería que escuchó tus instrucciones.  Ves las luces rojas achicándose en la distancia hasta que los haces de luz, a lo lejos, se desprenden de la bombilla circular en fragmentos largos y separados.  De pronto, tu carro se inclina un poco a la izquierda, tu cuerpo sube y baja seguido de un fuerte sonido. —Puñeta, no vi el hoyo— lamentas. Logras llegar a tu casa. Las cuatro gomas están intactas, respiras, te bañas, te acuestas y duermes. 


La mayoría hemos participado en alguna escena igual o parecida. Algunos, en la mañana siguiente de un evento como el anterior,  se preparan para ir al trabajo y, sin neblina, resaca y con sus estómagos llenos, saldrán de sus casas. Durante el camino estarán alertas gracias al café, pero otros de ellos, mientras toman soplan su taza, declararán: “Hoy saco una cita para el examen de la vista”. 


El día de la cita, llenarán el formulario y, luego de unos minutos, algún personal adelantará unas pruebas sencillas y te dirá “tápate el ojo izquierdo y dime qué letras ves”. Tú, con la certeza que todo estará bien, respondes —A, B, E, E, A, C, P, B—. Te dirá dulcemente que te tapes el ojo derecho y con más confianza dirás —B,E, M—. Te moverán a otras máquinas, colocarás la barbilla en un hueco frío y al ver tu falsamente y disimulado nerviosismo, con tono suave escucharás “Esto te va a soplar el ojo. Te dará un sustito, pero no va a pasar nada”. Te obligas a mantener el ojo abierto, luchando con el impulso ancestral de proteger tu órgano más complejo después del cerebro, hasta que sientes un viento húmedo. No puedes distinguir si te sopló o succionó aire por un segundo. Te cambiarán a la última máquina y sin decirte nada, observarás, quizás, un cielo azul celeste, un camino crema y a su alrededor un espacio verde con una valla blanca. Al fondo, una casa o una granja roja y blanca con ventanas, de aparentemente dos pisos y probablemente un ático. “Ahora te sientas y esperas que te llame” dirá aquel personal mientras te dirige a la sala de espera. 


Escucharás conversaciones de otros pacientes: “No, yo me dejé, pero mantenemos la comunicación porque los nenes no tienen culpa” o “El problema es que ellas, estando con hombres malos, no hacen nada para salir del sufrimiento. Ellas tienen culpa por esperar que el hombre cambie. Tienen que agarrar sus cosas e irse rápido”. Apretarás las manos contra la silla, evitando gastar la energía tratando de explicarle a un hombre, que su minúsculo coeficiente intelectual no le permite razonar, que el problema no es de la mujer sino del hombre; que no debe ser un agresor y no tiene ningún derecho para matar, herir y mucho menos controlar a su pareja. Distraerás las ganas de usar tus nudillos para explicarle a la gente, que a coro le responde al caballero “eso es verdad”, hasta que escucharás “ven, pasa a la oficina de la doctora”.  


Allí volverás a poner tu barbilla en un hueco y aclararás —veo rojo y verde— y escucharás un “perfecto” que te volverá la confianza en tus ojos. Mirarás la pizarra al fondo y replicarás el mismo ejercicio de las letras, esta vez escuchando los chasquidos que produce la máquina al cambiar de lentes. 

—¿Cómo ves?

—Normal— pero la duda al ver una turbidez, más leve que aquella vez en la noche fría, te impulsará a preguntar —¿Puedes volver a cambiar el lente anterior?—Verás los cambios tras el chasquido y finalmente aceptarás:

 —Es difícil explicar, pero veo las letras y sé cuales son, pero no las veo tan nítidas como en el otro lente y en el ojo derecho. 

La optómetra se reirá y con la dulzura para dar instrucciones a un estudiante de primer grado dirá: 

—Tienes una leve miopía en el ojo izquierdo. En el futuro probablemente usarás espejuelos para ver en la noche y para ver a lo lejos. Como tu ojo derecho está bien, de día nunca te darías cuenta. 


Saldrás con alguna preocupación, sabiéndote Miope Leve, pero con la determinación de cuidar la salud de ese ojo izquierdo. 


Aquellos que no agendaron su cita, que continuaron su rutina café en mano, su ojo derecho les guardará el secreto del crecimiento de su ojo vecino y día tras día, desarrollarán otra miopía: una miopía cerebral. 


Al pasar semanas, los Miopes Cerebrales pasarán frente a un gran letrero que anunciará los planes para un nuevo parador y se imaginarán pasando las pocas vacaciones junto a su familia en una piscina con vista al mar. Los milímetros demás de su ojo izquierdo no le permitirán ver que lejos del gran letrero, los Miopes Leves cargan cartulinas que denuncian: “Las playas son del pueblo”, “De aquí no me saca nadie”. 


Los Miope Leves aprenderán que actividades al aire libre, como caminar en el parque más cercano, refuerzan los procesos de acomodación de sus ojos evitando los futuros espejuelos que, obviamente, el plan médico no cubre. A la vez, los Miopes Cerebrales tendrán la gran idea de planificar un gran gazebo y cambiar aquel parque por un pedazo de concreto. Lucharán, pero los Miopes Cerebrales serán incapaces de acomodar su vista fuera de sí mismos. Las imágenes no llegarán con claridad a la retina. Su nervio óptico creerá ver en los Miopes Leves lágrimas de felicidad por lágrimas de frustración. 


En las casas de los Miopes Leves, adictos a cuidarse y cuidar a los suyos, solo se escucharán reclamos a sus hijos: “No estés tanto tiempo en el celular”, “Prende la luz, no leas a oscuras”.  Los hijos, confundidos al recordar que los hijos de los Miopes Cerebrales controlan su tiempo en pantallas y la oscuridad de sus cuartos, refunfuñarán y desearán por unos segundos ser hijos de los otros.  


Llegará la época de huracanes y los Miopes Cerebrales pregonarán que nada grave ocurrirá. Dirán “el pueblo está preparado”, confundiendo toldos azules por techos azules; ignorando que en aquellas casas desde 2017 un plástico azul cubre los sueños de familias. Ante esto, los Miopes Leves organizarán planes comunitarios de emergencia, establecerán centros de acopio y darán refugio a los supuestos “techo-azules”. 


Pasará el huracán, y los Miopes Cerebrales detendrán el crecimiento de su ojo izquierdo gracias a la dopamina que las placas solares, plantas eléctricas, comida caliente, aire acondicionado y entretenimiento 24/7 ofrece. En cambio, los Miopes Leves, estudiarán bajo la penumbra de velas, sudarán por el calor que no perdona y llorarán de rabia y dolor al verse destinados a sufrir por culpa de un gobierno hostil e insensible que, ciego al futuro, vendió el sistema eléctrico.


Quizás, luego de tres meses o un año, la luz llegará a la casa de los Miopes Leves. Como celebración, alguno mirará a lo lejos en su balcón, pero las casas alumbradas se le perderán en el horizonte y confundirá por fuegos artificiales el accidente de un Miope Cerebral que, igual que aquella mañana, no vio el hoyo. Ambos respirarán hondo y sacarán nuevamente una cita para el examen de la vista. 


El día de la segunda cita, el Miope Leve se estacionará, saludará y escuchará al Miope Cerebral contestar sus “buenos días”. Esperará tomando un café mientras el Miope Cerebral llena todos los formularios. En momentos distintos, ambos entrarán, pasarán por todas las pruebas y recibirán una receta. El Miope Leve, que ya no es tan leve y presumía que su hora había llegado, aprovechará el tiempo en sala para elegir los espejuelos que su plan médico no cubrirá y que tendrá que costear. Saldrá con un bolsillo liviano, pero con la certeza que podrá conducir sin dificultad. En cambio, el Miope Cerebral, aturdido y confundido con la nueva receta verá en un segundo su papel de cómplice con las playas privadas, las comunidades sin parques, los contratos ilegales en contra del pueblo y las familias sin hogar, pero será tarde. Muy tarde para remediar el daño provocado por no poder mirar con detenimiento las personas que estaban lejos de su privilegio. 

 

            


 
 
 

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