Verde-hoja-de-plátano
- Xavier Ortiz
- Mar 27, 2023
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Updated: Mar 28, 2023
Hay canciones que pintan momentos y personas. Lo sé porque cuando canto “¡Ponchito, ponchito, ponchito mío! ¡Pedazo de cielo que Dios me dio!” me alejo del presente y veo dibujada a tití Ada columpiándome con sus brazos pequeños. La tía más joven de mi familia paterna, una segunda madre llena de cariños, ángeles, risas y su Toyota Echo verde-hoja-de-plátano.
En todos mis recuerdos mi tía está con el Echo verde-hoja-de-plátano. Parecería que son gemelos. Ambos pequeños, pero con mucha fuerza. Sus abrazos son tan acogedores como los sillones grises aún con plásticos. Infinita de amor al igual que el baúl donde siempre había espacio de más. La bocina sonaba igual de duro que sus “¡Ponchito! ¡Ponchito!”, gritos que cabalgaban en el eco producido por las montañas que rodean la casa de mis abuelos en Barranquitas.
Para mí, Tití siempre tuvo el Echo verde-hoja-de-plátano. Al crecer me enteré que, para aprender a guiar a sus 30 años, primero tuvo una Suzuki Swift (mejor conocida como las tres potes).
Tras los huecos en el bolsillo que deja un divorcio y un sueldo menos en la casa, el Echo llegó como un amuleto de suerte. Meses después de ese diciembre del 2000, se graduó de la universidad y consiguió un contrato en el municipio de Barranquitas. Trabajo que se unió al part time en el supermercado para coser los rotos del bolsillo.
Los sillones grises sintieron por fin el calor humano cuando le quitó los plásticos de fábrica al año. Su alergia a las deudas la llevó a saldarlo en tres años, pero lo descubrió al cuarto año cuando la cooperativa le devolvió un cheque de $6,000 porque “el pago automático nunca se canceló”.
El tiempo pasó, pero el Echo verde-hoja-de-plátano conservaba la pintura como premio de todas las luchas ganadas a enfermedades y los retos que se materializaban en la crianza de sus tres hijas en este país que cocinaba una crisis fiscal. Poco a poco la gente sintió el apretón cuando las empresas cerraban por la derogación de la 936[1]. Aún luego del accidente en Orocovis donde casi mueren, mi tía y el Echo verde-hoja-de-plátano continuaron corriendo. El carro no se dañó porque era bien resistente, como mi tía. Su gasolina era el deseo del progreso, de cuidar a sus hijas y su carretera eran los miedos que pisaba. Entre la alfombra algunas veces podías encontrar pelos gruesos y amarillos, hasta que el tiempo y los viajes a todo Puerto Rico desgastaron el sticker con el otro nombre de mi tía: “La Payasita Cristal”. Mis tres primas aprendieron a guiar en él y las tres fueron dueñas en distintos periodos.
No sé en qué pueblo está el Echo, pero según me cuentan pasó de la hija del medio a un extraño, del extraño regresó a mi tía, de mi tía a su hija mayor y ahora es el amuleto de suerte de otra mujer. Esa mujer que disfruta los sillones grises, meses después firmó los papeles para su primera casa.
Hoy, 15 años desde la última vez que paseamos juntos en el Echo, nos recuerdo de camino a Dorado descubriendo las formas de nubes detrás del cristal mientras cantábamos a todo pulmón en el carro de la suerte: “Extraño aquella cometa que yo de niño volaba y a mis amigos del barrio, que mis canciones bailaban...”[2]
[1] La ley 936 del código de Rentas Internas Federal del 1954, otorgaba a las compañías estadounidenses un crédito contributivo. En el 1996 se eliminó y muchas empresas cesaron operaciones en el país ocasionando una crisis económica. Hace unos años un candidato al puesto de Comisionado Residente en Washington quiso comprar votos con la nostalgia prometiendo una nueva ley que otorgaba beneficios a las farmacéuticas similares a los de la ley 936. Para sorpresa de todos y de nadie, no ganó el candidato, pero se pasaron otras leyes que permiten la llegada de “inversionistas” y “planificadores” que se han dedicado a desplazar y recolonizar nuestros espacios. [2] Extracto de la canción “Mi Libertad” de Frankie Ruiz. Escuchábamos la versión de Jerry Rivera.
He llorado recordando esos momentos! Gracias! 🥺🙏🏻