Los funerales también pueden ser fiestas
- Xavier Ortiz
- May 20, 2024
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Un teléfono graba mientras se acerca a la sala de una casa. Se escucha una música de fondo. La cámara se mueve, posiblemente porque está buscando capturar la protagonista del encuentro donde personas aplauden y bailan el paso clásico de lado a lado. Por los tonos grises en los cabellos, tanteo que gran parte de los presentes son adultos mayores. La cámara se escabulle entre las mujeres y hombres y se escucha más cerca “Deja que te toque el señor, deja que el espíritu santo transforme tu vida con el amor”. Ya frente a la puerta de la sala, la cámara enfoca a tres mujeres que lideran la música y el coro con una guitarra y dos güiros.
Al igual que la mayoría, tienen mascarillas. Algunas sobre boca y nariz, otras únicamente sobre boca y la que toca guitarra se cubre el mentón y parte del cuello. Los invitados aplauden y sonríen. La persona que graba va entrando de espalda a la sala. La luz anaranjada pinta al trío de mujeres que lideran la comparsa. De primera instancia, pensaríamos que es una parranda u otra fiesta de la comunidad, pero la cámara enfoca a su izquierda y el panorama cambia. Dos hombres aseguran las ruedas de un ataúd blanco y plateado con algunas partes doradas. “Solamente alábale, solamente alábale” se escucha a la vez que uno de los hombres coloca una falda terracota que tapa las ruedas. La cámara se vira y vemos a nuestra camarógrafa, una mujer de aproximadamente 60 años, que se acerca a un hombre vestido de negro. Sonríen por un instante, pero el gesto es insostenible. “Aquí se siente la presencia de Dios” canta nuestra camarógrafa junto a los invitados.
La señora enfoca los grandes arreglos de flores que se posicionan a los lados del ataúd. El video acaba con una imagen estática: el ataúd abierto mostrando el cuerpo de una anciana, vestida con un traje gris y blanco, agarrando unas flores. Nunca fue la grabación de una fiesta. En realidad es una parte del velatorio de la madre del hombre que sonrió por unos instantes a la cámara. Tampoco estamos en una funeraria. Precisamente, es la casa de la difunta y los invitados que danzaban los cánticos del trío son vecinos, familiares y allegados que vienen a dar el pésame y acompañar a los hijos.

Es bastante conocido que en Puerto Rico y el caribe, los funerales son distintos a otros países porque hay una mezcla de celebración y despedida. No soy experto, pero por lo que he leído y conocido entre clases, documentales y demás, una de las razones está en el sincretismo religioso entre el catolicismo y las creencias africanas. Muy acertado si tomamos como ejemplo el baquiné que se realizaba ante la muerte de un bebé.

El Velorio del pintor Francisco Oller, nos da una idea de cómo eran esos eventos que poco a poco fueron desapareciendo. Tengo dos hipótesis a esa desaparición: primero pienso que la tradición se fue perdiendo por culpa del colonialismo y el afán de obligar a los nativos y esclavos a cambiar su religión y creencias por las cristianas; la segunda, es que en su intento de no perder sus tradiciones ante el paso del tiempo se transformaron en la forma en que hoy nos adentramos a la muerte.
Ahora bien, independientemente de la hipótesis correcta de la historia, cualquiera que no sea natural del campo o de Puerto Rico, al pasar por algún funeral en Barranquitas lo podría confundir con una actividad navideña y seguramente, sus caras se horrorizarían al enterarse de la verdad como lo hizo mi amiga al enseñarle el video que describo al principio. Cuando le comenté a otra amiga sobre nuestras tradiciones relacionadas a los funerales, insinuó que esas prácticas eran “nuestra única diversión”. Obviamente, está sesgada con los prejuicios que colocan el entretenimiento exclusivamente para las áreas urbanas, pero nuestros funerales se alejan de esa definición. Para nosotros, significan un encuentro y algo más. Por eso me di la tarea de conversar sobre el tema con familiares y amistades.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Qué significa para ti el funeral?
SUSANA TORRES CINTRÓN [64 años]: Para mí es el momento de despedida de un ser querido, un familiar, un amigo, pero de la vida terrenal. Yo soy cristiana y creo en la resurrección. Entiendo que la muerte es vida y por eso dentro del dolor y el sufrimiento siempre digo que tenemos que estar alegres. Parece una contradicción estar alegres en el dolor, pero [así] tú llevas mucha esperanza a las personas. Si hay que llorar, se llora un ratito, pero al ratito estamos cantando porque la muerte para nosotros es vida.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Y para ti?
ROSANA TORRES CINTRÓN [ 41 años]: Bueno, pues para mí es el momento de despedida física con la esperanza de volvernos a encontrar y es un momento de encuentro con gente que tal vez no nos veíamos. Dentro del dolor, se comparte y se convierte en alegría contando anécdotas, experiencias y todo lo demás.
Esos encuentros llenos de risas y llantos los he vivido desde pequeño. Cuando tenía de 8 a 10 años, no sabía mucho de la muerte y sus significados, pero sí que las pérdidas reúnen a mucha gente en un espacio. También, con el tiempo reconocí que en estos sucesos me encontraría a personas nunca antes vistas que mi mamá y mi papá me obligarían a pedirle la bendición.
Tengo recuerdos de saludar a gente que nunca más volví a ver hasta otro funeral. Incluso, mi primera interacción con personas de la misma comunidad fue ante la muerte de algún familiar. Pero el hecho de que en estos eventos particulares haya una multitud no los convierte en una mezcla de fiesta y tristeza. La realidad es que los funerales de los pueblos de la montaña por tradición nunca son un evento aislado; traen consigo una serie de actividades que propician la confusión para aquellas personas que no tengan el contexto.
XAVIER ORTIZ-TORRES: O sea, ¿tú piensas que todo eso [el velatorio, la misa, la despedida, el entierro] es parte del funeral o tú piensas que el funeral es algo y lo demás es aparte?
ADA ORTIZ [ 57 años]: No, tiene que ser todo eso. Ya eso es costumbre.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Y tú piensas que los novenarios caen dentro del funeral o eso es algo aparte?
ADA ORTIZ: Sí, son parte del funeral.
Efectivamente, todo funciona como un ritual, una costumbre, que según me cuentan las generaciones anteriores, ha ido acortando su duración, pero yo digo que se ha traducido a nuestros tiempos.
Y el ritual comienza así… Primer paso oficial: El velatorio
Si no es una muerte repentina, lo primero que ocurre son visitas, ya sea en la casa o en el hospital, de familiares, vecinos y amigos. El objetivo es simple: ver a la persona en vida por última vez. Sin embargo, hay personas que van porque le tienen miedo a los velatorios. Mi tio Guaro, por mencionar a uno, es una de esas personas. Titi Ada, quien es su hermana menor, asegura que el miedo lo tiene desde pequeño y su hipótesis es que “se te queda la imagen del muerto aquí [señala su cabeza]. Se te queda en la memoria” provocando la huida.
Una vez fallece la persona, las visitas continúan para dar el pésame, pero según me cuenta titi Ada, “Todo el mundo venía a la casa [del difunto] a verificar si de verdad se murió… [también] venían a la casa para preguntarle a los familiares donde iba a hacer velatorio”. Obviamente, cuando llegaban traían algo de comer o tomar y rezaban. Rezaban “como veinte rosarios…” según las quejas de titi Ada.
Puede sonar extraño porque ahora para enterarnos auscultamos en las redes sociales si algún familiar publicó un estado, una foto o cualquier detalle. Esta nueva modalidad es muy distinta a la época de los 50 y 60, donde no había celulares ni internet. No obstante, la modernidad ha provocado confusiones que “matan”, sin querer, a personas que simplemente estaban en el hospital. Otras veces, la confusión es un error de nombres.
Reconozco que esta nueva práctica de compartir la noticia es más rápida, pero a la vez es más informal e incluso sirve de invitación al morbo. Por eso, algunos dan los detalles específicos del cómo, cuándo, dónde y hasta el porqué, provocando disputas entre los allegados. Por ejemplo, una persona cercana me contó que supo de la muerte y todos los detalles porque publicaron esa información en las redes sociales, causando una mezcla de enojo y tristeza ante la pérdida y la poca privacidad. El método antes de las redes sociales actuaba con sutileza y sensibilidad, aunque muy probablemente el morbo también estaba.
Luego de que la mayoría de las personas reciben la noticia, comienza el velatorio en la funeraria o en alguna casa. En ambos lugares, los allegados ven al difunto o difunta, rezan, cantan, lloran y ríen por un periodo antes del entierro. Ahora bien, en la actualidad, son pocos los velatorio en una casa, pero antes era lo más común. ¿Por qué? Hay tres razones: 1) era mucho más económico 2) no todas las personas tenían la facilidad de llegar a una funeraria, pero sí podían llegar a la casa y 3) hay una comodidad que la funeraria no alcanza.
Recuerdo que para el velatorio de mis abuelos replicaron esas tradiciones. Creo que se velaron uno o dos días, esperando que llegaran a Puerto Rico mis tíos que viven en Estados Unidos. Si hubiésemos estado en pasado, el velatorio duraría hasta que llegaran todos los allegados más cercanos sin importar que fueran más de 3 días.
Al igual que antes, se ofreció café, chocolate, pan sobao, queso, pasta de guayaba, sopas, hasta el último momento. Casi como ley antigua, conocidos aportaron con algo de comida. No pasó en el funeral de mis abuelos, pero según las tradiciones si al difunto le gustaba el alcohol, también traían bebidas alcohólicas.
Aquellos pocos que celebraban el velatorio en las funerarias emulaban, de alguna manera, las tradiciones de la casa. Por eso, algunas funerarias en Barranquitas y pueblos del campo tienen un área de cocina. Allí los familiares replicaban esas conversaciones, esas anécdotas que se daban muy cerca del ataúd. Llegaban a la hora de entrada de la funeraria hasta la noche, cuando la familia regresaba a su casa para descansar porque al otro día repetirán lo mismo. Titi Susana, se inclina más por ese tipo de velatorio porque “el descanso [si el funeral es en la casa] es bien difícil, especialmente para los dueños”. Su hija Rosana, por otro lado, considera que “la funeraria es un poco más seca, más fría… Se convierte en un proceso más protocolar porque es por hora…”
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Recuerdas algún velatorio en la casa?
ROSANA TORRES CINTRÓN: Bueno, en esta casa se velaron dos difuntos: Tio Ismael y Coralis (su hermana que murió a corta edad). Coralis falleció aquí en la en la casa, así que desde el proceso de agonía la casa estaba llena. El velatorio [fue] aquí… el descanso… mínimo porque siempre la casa va a estar llena. A pesar del dolor, tú vas a escuchar en toda la casa algarabía, risa, chistes por un lado… La comida no falta porque siempre hay. Todos los vecinos… también hay de todo, hay tristeza, pero también hay risas, hay alegrías y sí. Yo lo tengo [ el recuerdo], o sea, en mi mente completamente vivo ese recuerdo, igual el de mamá Tina, papá Juanito…
Yo creo que el espacio de que esté solo un difunto aunque “digan, lo vamos a dejar por un ratito en la casa” eso no pasa. Obviamente en la funerarias sí, porque te ponen una hora, pero en la casa es bien distinto porque es un espacio que no duerme. O sea, el difunto está allí y no se duerme y es bien distinto a una funeraria. El difunto está aquí [señala el medio de la sala] y le pasamos por el lado, vamos para el baño, vamos para el cuarto y es bien diferente.
Como dice Rosana, en los velatorios en las casas no se duerme y no tienen una hora de entrada ni de salida. Incluso, algunas personas acostumbraban visitarles en la madrugada porque en efecto, existe la tradición de ver al muerto a esas horas. Según Susana, de madrugada se hacían los mejores chistes y se contaban anécdotas que pocos sabían entre los momentos habituales de leer algún pasaje de la biblia o algún gesto solemne. Las anécdotas eran el antídoto para evitar que no se durmieran porque la tradición pide que el muerto nunca se quede solo. Por eso, algunos familiares y amigos establecían horarios para que los más allegados descansaran. Sin embargo, eran pocos los voluntarios porque esos espacios a solas podían ser un poco paranormales.
ROSANA TORRES CINTRÓN: En una de las noches [del funeral de nuestro abuelo], yo me quedé con papi. Habían como cuatro personas [visitando al muerto], pero a tío Junior le dio sueño y papi me dijo "Yo voy a subir". Yo me quedé con papá Juanito (nuestro abuelo), pero yo me quedé un ratito… Yo lo miraba y me decía “papá Juanito está respirando”. Cerré todita la casa… [pero] a los 10 minutos [ya había personas] tocando la bocina allí, porque querían verlo.
ADA ORTIZ: Yo fui a un funeral y te lo juro que yo vi a la persona que me miró y se rió. Y cuando era chiquita fui a otro y [el cadáver de] una señora le botó la lágrima aquí, (señalando la mejilla). Ella lloró.
Quizás esas experiencias son otras las razones por las que algunas personas no van a los velatorios. No he escuchado ese tipo de historias en las funerarias porque quizás los espíritus siguen las reglas de las funerarias. Allí ocurren otras cosas.
La misa, el entierro y la comida: la triada de un solo día
Una vez termina el velatorio, si la familia es católica tendrán una misa. Antes podía ocurrir en la misma casa, pero ahora lo normal es llevar el ataúd hasta la iglesia. Si se lleva, es probable que lo velen unas horas antes de comenzar la liturgia. El Sacerdote celebra una misa relativamente normal, excepto que la lectura de alguna manera habla sobre la pérdida, el duelo y alguna metáfora que involucre a la esperanza de ir al cielo, o de cómo Jesús habló sobre la muerte. Todo dependerá del sacerdote, pero mayormente llaman a los más allegados quienes rodean el ataúd. Allí, el sacerdote pide que todos eleven sus manos hacia la familia para que reciban las oraciones. Finalizada la ceremonia, la comitiva fúnebre parte hacia el “campo santo”.
Como en los años 50 y 60 no había muchos carros en el campo, y no necesariamente las carreteras estaban construidas con asfalto, cargaban el ataúd hasta el cementerio. A medida que pasó el tiempo, las misas se celebraban en la iglesia del pueblo y de allí cuenta Susana que “La gente iba caminando… El coche fúnebre bien lento, esos tapones que se formaban y todo con gente que caminaba para el cementerio cantando en el camino…”. Seguramente cantaban a capella o al son de alguna guitarra. Ya con el tiempo llegaron las “tumbacocos” que pregonan canciones clásicas como “Los Zapatos de mi viejo” versión de Ismael Miranda y Andres Jimenez, “Yo te Extrañaré” de Tercer Cielo y “Amor eterno” de Rocío Durcal.
Actualmente estos gestos particulares siguen ocurriendo, pero se ha moldeado según la personalidad del difunto. Por ejemplo, ahora podríamos escuchar “La Fiesta” de Pedro Capó u otra canción del género urbano. Hemos visto cómo el coche fúnebre ha sido sustituido por una carroza o por dos bueyes que cargan el ataúd cual si fuera el arado. Hemos visto cómo hijos se encaminan hacia el cementerio vestidos como su padre en la guagua que usaba para trabajar en la finca y claro, hemos presenciado múltiples caravanas con carros que expresan su dolor y empatía hacia el difunto que seguramente disfrutaría la música alta y las famosas “chillá’s de goma”. Para mi prima Edmarí de 31 años, esas prácticas de “que si motoras, que si esto, que si lo otro” son “charrerías… farandulero”. Yo genuinamente pienso que son prácticas culturales de esa comunidad urbana fanática del reggaeton que busca mostrar su sensibilidad desde lo que conocen. Para ellos, esas prácticas son gestos de amor y de despedida que deben respetarse. Al final, cual sea la forma en la que lleguen al cementerio, buscan aliviar el dolor, servir de homenaje. Como dijo una tanatóloga, “los muertos no son de una sola persona”.
Una vez el ataúd llega a su destino final, la rutina clásica presentará a alguien que da unas últimas palabras, los familiares darán el último adiós, dejarán caer flores encima del ataúd en silencio o con una canción de fondo. De igual forma, podrían liberar palomas blancas o soltar globos llenos de helio.
Ahora bien, no siempre la rutina es tradicional por ende podríamos tener a una persona que le cante en vivo, declamen poesía, le dediquen una décima o lleven camisas con fotos del difunto o difunta. En una ocasión, se le entregaron cervezas frías como el difunto las disfrutaba. Así que, las posibilidades son infinitas y todas están en función de la personalidad dentro del ataúd.
La última pieza de este día es algún almuerzo o cena de los familiares y allegados. Un amigo de San Juan me dijo que su familia, terminado el entierro, iban a Kentucky Fried Chicken y pedían un bucket de pollo empanado. En Barranquitas y en otros pueblos de la montaña puede que la familia se divida y cada cual va a un restaurante o alguna casa de algún familiar que les cocine. Sin embargo, yo he visto otra costumbre en mi familia.
SUSANA TORRES CINTRÓN: Por lo menos aquí, en la familia Cintrón, acostumbramos a que si se muere cualquier persona de la comunidad, enseguida nos llamamos [entre las 9 hermanas] y una hace el arroz, otra hace el fricasé, sandwiches, juguitos, pan y se le dice allá en el cementerio [a la familia], "Mira cuando regresen van a tener su comidita"...
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Y desde cuándo ustedes lo hacen?
SUSANA TORRES CINTRÓN: Si mi recuerdo no me falla, eso ha sido desde hace tiempo… Eso nos surgió del familión [Nombre con el que su familia se identifica por ser grande] como de "bendito, vamos a hacerle algo para cuando lleguen". Lo hicimos con una persona, después murió otra y “Ay bendito otra persona”... Ya la gente lo espera. Me acuerdo [de] una persona que murió, que ya no vivía en la comunidad, y la hija me preguntó… o sea, no habíamos planificado eso porque vivía en otra comunidad, pero [la hija] dijo "como ustedes hacen siempre la comida para cuando termine el velorio, pero nosotros queremos ayudar, aunque sea con algo" y yo “no, no te apures”. Entonces, eso [pasó] a las 8 de la mañana. Yo llamo al ejército "fulana, están esperando la comida, tenemos que llevarla a Barrancas”. Entonces lo que hicimos fue que le dijimos: "mira lo vamos a hacer y les vamos a tener la comida en tal sitio". Fue bien bonito porque llegaron todos… es la forma de nosotros solidarizarnos con esa familia.
Admito que yo también espero ese gesto y me pregunto si es otra tradición que morirá en nuestra generación.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Tú piensas que esa tradición que tiene tu mamá y tus tía la van a continuar?
ROSANA TORRES CINTRÓN: Bueno, lo que pasa es que los tiempos han cambiado un poco. Yo no sé si eso se replique. A lo mejor no tanto... Estamos un poco alejados… no estamos en sitios tan cerca…
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿No te imaginas tú haciendo el arroz y eso?
ROSANA TORRES CINTRÓN: No… Las hijas de Carmen Luz a lo mejor sí, que tienen ese don de hacer mucha comida. Tal vez nosotros en la parte de la coordinación… de buscar gente que lo haga, pero honestamente yo no sé…
SUSANA TORRES CINTRÓN: Eso es espontáneo. Eso es de ahora pa’ ahora. Te digo, de las 8 de la mañana para las 12 ya estaba todo. Y se hizo con más de 100 personas.
ROSANA TORRES CINTRÓN: No me veo (se ríe)…
Creo que hay un don, una ciencia boricua en cocinar a ojo para más de 30 personas y no todo el mundo tiene acceso a él. Del mismo modo, nuestra generación no necesariamente quiere tener esa responsabilidad. Tampoco me veo cocinando, pero sí creo que, como dice Rosana, podría organizar y contactar a las personas que puedan ayudar a continuar la tradición. Al final, esa comida después del entierro busca la unión familiar después de la pérdida para así en comunidad ayudarnos a cargar la pena, el dolor, la tristeza y el vacío que nos deja ese ser querido cuando se despide físicamente. Ese mismo objetivo, también lo cargan los rosarios.
Nueve días de risas, llantos y comida entre rezos.
Hay una tradición católica de rezarle al difunto para así asegurarse que “la persona se despegue del área donde vivía” según Ada. Por eso es usual que estos ritos se hagan en la casa del difunto. Usualmente se reza el rosario y se lleva una lectura de la biblia por nueve noches seguidas. El día nueve es el más largo porque además de rezar, si un sacerdote puede llegar, se hace una misa. Podríamos pensar que son momentos muy solemnes, pero la muerte y la fiesta siguen siendo hermanas. Así que la parte final de cada encuentro es algún compartir donde nos jaltamos de chocolate, pan sobao, quesos, galletas, pasta de guayaba, sopas, a veces alcohol y lo que traigan mientras volvemos a contar más anécdotas.
De pequeño lo más que me gustaba era ese pan sobao calientito que mojaba en el chocolate caliente, que obviamente, en el fondo tenía pedazos de queso de papa para degustar en el último sorbo. Siempre estaban presentes los nervios cuando me tocaba rezar el “Dios te Salve María” en voz alta y la constante ansiedad al pensar si estaba o no contando bien, porque son 10 Ave Marías. So pena de ridículo si eres la única persona que se equivoca en el orden.
Recuerdo los juego de escondite, las presentaciones de esa familia lejana, de esos primos que no vivían en Barranquitas y los vecinos nunca antes vistos. Para mi prima Edmarí, esos eventos eran la motivación para asistir porque en el fondo para ella los rosarios son acciones masoquistas, “es como seguir metiendo el dedo en la yaga”. No se refiere únicamente a las 9 noches, también hace referencia a los rosarios que la familia continúa una vez al mes por un año luego del novenario.
Hay que ser honestos. Muchos de nuestra generación iban solo por las actividades gastronómicas y de entretenimiento alrededor de las oraciones. Probablemente nuestros padres, madres, tías y tíos también iban por lo mismo. No obstante, difiero que sea un evento para seguir tocando una herida. Para mí la razón principal es el encuentro y la compañía que es más tangible que la fe y las creencias. Esos gestos que son tan importantes para trascender la muerte y reafirmamos su valor cuando en el 2020, eran prohibidos.
El funeral más allá de la fiesta, es parte del duelo
La pandemia de COVID-19 en el 2020 nos despertó un miedo y una incertidumbre. Al principio se desconocían las formas en las que el virus se esparció y los tratamientos no eran tan efectivos. Familias perdieron a seres queridos cada día. Ante el miedo y la incertidumbre, se despertó la herramienta salubristas más eficaz para el mundo, pero la más mortal para los caribeños: el aislamiento. ¿Cómo se le pide a una cultura y una población que está tan ligada al encuentro, a las fiestas y los gestos de cariño una distancia mínima de 6 pies? ¿Cómo se les explica que no se permiten besos y abrazos? ¿Cómo se les deja saber que no hay una fecha exacta para el regreso a la normalidad?
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Como la pandemia afectó los funerales? ¿Cómo afectó el duelo?
SUSANA TORRES CINTRÓN: Bien fuerte.
ROSANA TORRES CINTRÓN: Lo vivimos bien de cerca.
SUSANA TORRES CINTRÓN: Lo vivimos fuerte y de cerca. Cuando todavía no estaba la vacuna una estaba llena de miedo. A mí me da mucho dolor y sufrimiento porque murió un ser muy especial que todavía es la hora que digo "Dios mío, ¿por qué yo no fui?" Tanto miedo que nos infundieron porque no había vacuna. Yo todavía siento ese dolor, ese sufrimiento de que no fui a abrazar a esa familia. Así pasaron con unas cuantas que yo no pude ir a abrazar esa familia y es una costumbre que nosotros tenemos. Ni pudimos hacerle la comidita ni pudimos ir a compartir con ellos, porque la funeraria no lo permitía y entonces aunque la familia por debajo de la mesa permitieran ir, estábamos aterrorizados con lo del COVID porque por lo menos aquí Rube [su esposo] tiene condiciones, estos también [sus hijos], yo decía “yo puedo ir, pero si traigo eso aquí”.
Ante la crisis salubrista, las funerarias establecieron reglas estrictas para reducir el contagio y asegurarse de proteger a sus empleados y a sus familiares. Era un crisis global y muchos buscaron la manera de continuar con la tradición adaptándola. Algunas funerarias hicieron velatorios por servicarro, otras hacían transmisiones en vivo por Facebook o por Zoom, pero nada de eso aporta al manejo del duelo.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Tú piensas que los funerales que pasaron durante la pandemia no pasaron el duelo como usualmente otras personas lo harían por la falta de esas otras actividades alrededor del velatorio y el entierro?
ADA ORTIZ: Sí, eso ha afectado un montón. No han podido superarlo porque no tuvieron el apoyo de la familia, de sus amigos, de que otros pudieran haber despedido esa persona...
Naturalmente, las actividades que propiciaban los encuentros se eliminaron. Algunos intentaron por ejemplo, hacer los rosarios virtualmente.
ROSANA TORRES CINTRÓN: No todo el mundo era tecnológico. Entonces para preparar el rosario era (se rie)... Daba risa también porque no se escuchaba o todo el mundo se escuchaba a la vez. Lo que se escuchaba era un gallinero. Pero igual, se sentía esa frialdad porque primero no todo el mundo tenía acceso a la tecnología o no sabían utilizarla y pues, no era lo mismo…
SUSANA TORRES CINTRÓN: Eso lo conservamos por la unidad familiar.
El tiempo pasó, llegaron las vacunas y otros tratamientos que fueron trayendo al mundo a una nueva realidad. Para ese entonces, se colocaban letreros, el personal avisaba, pero la tradición podía más, así que era habitual ver cómo se abrazaban y se hablaban con mascarillas. Sin embargo, ahora a tres años de la pandemia, todavía las funerarias mantienen los horarios de la emergencia.
¿Qué será de estas tradiciones en el futuro?
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Qué piensas de la muerte?
ÁNGELA SOFÍA CARO [26 años]: Pienso que es un proceso natural que le toca a todo el mundo. Siempre me ha tomado de sorpresa lo absoluto que es en el plano terrenal que es una cosa que ocurre en menos de un segundo y es por siempre. No hay vuelta atrás. Por otro lado, pues por mis creencias espirituales no pienso que la muerte es el final de la vida y pienso que cuando alguien pues se va de su cuerpo, se va a otros lugares, ya sea el cielo, ya sea otra dimensión, ya sea otro cuerpo, pero sí pienso que la muerte es algo que nos va a tocar a todos, algo que me asusta. Le tengo mucho respeto. Me da tristeza, no por la persona que se muere sino por la gente que nos quedamos extrañando.
Así como piensa Ángela hay varias personas contemporáneas a nosotros que piensan lo mismo. La realidad es que nuestra generación tiene acceso a tanta información que hemos desafiado muchos pensamientos que en su momento parecían invencibles. De alguna manera, nos hemos convertido en personas más espirituales, pero a su vez alejadas de las religiones que cargan con leyes y estructuras machistas o tan alejadas a las nuevas realidades de inclusión que buscamos. De alguna forma, esa búsqueda ha hecho que algunas personas dejen a un lado las religiones por completo o que las generalicen como excluyentes y antiderechos. Muy pocos ven los lados buenos de las creencias y tradiciones de algunas religiones. Obviamente, estamos en contra de todo lo que no nos funciona como sociedad y todo lo que debe ser desaprendido, pero también estamos conscientes que personas con buen corazón practican ciertas religiones y aún así actúan acorde a nuestra visión de derechos y de sociedad. La visión de la muerte en nuestra generación es muy concreta. Sabemos que no avisa, reconocemos que no es solo por culpa del tiempo, de fenómenos atmosféricos o de enfermedades porque la experiencia nos ha enseñado de mala forma que un gobierno, un sistema de salud deficiente y personas en posiciones de poder con pensamientos elitistas y desajustados a la realidad del pueblo son también presagios de funeral.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Cómo les gustaría que fuese su entierro?
EDMARÍ ORTIZ [ 31 años]: Ni idea, pero realmente yo no quiero que me cremen porque cuando creman a las personas… Eso es un polvito de por ahí, Yo sí quiero que me entierren (se ríe).
VALERIA VÁZQUEZ [27 años]: A mí me gustaría un entierro con acto protocolar como la policía o el ejército que es con la bandera y todo eso. El que es militar, le tocan la gaita y le hacen todo ese proceso. Doblan la bandera... es un gesto bien bonito… Con la policía pasa igual.
ADA ORTIZ: Hermano, hermano, mi funeral va a ser único. Va a ser único. Yo quiero flores blancas. No quiero otro color de flores, no. Yo quiero flores blancas. Hermoso y que me vistan de payasita cristal y que me maquillen y que me pongan así (gesto de arlequín). Ay, la payasa pará (se ríe).
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿En serio quieres que te hagan eso?
ADA ORTIZ: Claro, ¿Cuáles fueron los momentos más súper de mi vida? De payacita Cristal. Pues me visten de payasita Cristal y me ponen así como si yo fuera un arlequín.
XAVIER ORTIZ-TORRES: Pero y si no puede ser así, ¿cómo quiera deseas que te vistan de payasita Cristal?
ADA ORTIZ: Si me van a velar en una caja, me tapan la caja sellada. Flores por todos los lados, no tienen ni que mirar. Ay no, que me miran las ojeras. Con una foto encima que yo me vea linda.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿Tú quieres que te velen en tu casa o que te velen en una funeraria?
ADA ORTIZ: Depende de cuándo sea porque si el camino está bueno, que vengan aquí. Pero que me velen aquí, si esta casa la hice yo bajo lágrimas, que me velen.
ROSANA TORRES CINTRÓN: Yo siempre lo he dicho, o sea, yo no quiero que me velen. Mejor cremación y es más por la familia porque uno piensa en el cansancio de la familia. Además de que yo no voy a quedar muy linda y si me van a velar, con la caja cerrá… que hagan el acto de recordación, eso sí yo quiero.
VIRGENMINA TORRES [75 años]: Que me velen, tres o cuatro horas.
XAVIER ORTIZ-TORRES: ¿En la funeraria o tu quieres en tu casa?
VIRGENMINA TORRES: Bueno yo no sé porque yo voy a estar muerta (se ríe).
ROSANA TORRES CINTRÓN: Pero tú puedes dejarlo dicho y ahora está grabado.
VIRGENMINA TORRES: Yo no he pensando en eso, de verdad.
SUSANA TORRES CINTRÓN: Yo pues que lo hagan de la forma que se les haga posible hacerlo, pero siempre con ese motivo de esperanza, de alegría y de encuentro... ¡Que no tengan que velarme en la noche! Yo no quiero que estén perdiendo la noche ahí, pero sí que no me cremen. Yo quiero que me entierren y que sea un entierro o un funeral como lo hacemos los católicos con su acto de responso y con oración, unidad y de amor, de compartir. No tiene que ser nada del otro mundo ni nada.
ROSANA TORRES CINTRÓN: ¿Pero en la funeraria o en tu casa?
SUSANA TORRES CINTRÓN: Bueno, si se le hace más fácil en la funeraria a los que quedan, o si se le hace más fácil en la casa, pues en la casa. Donde se le haga más fácil, pero sí que haya encuentro.
VIRGENMINA TORRES: En mi casa no caben porque después van a poner a todos los niños que yo cuidé.
EFIGENIA TORRES [ 63 años]: El mío yo voy a pedir que no me velen, que me cremen y me lleven de allí mismo. Porque vamos a suponer, yo me imagino que yo esté en la caja entonces te digan "Ay que fea quedó". Tú sabes que algunos muertos quedan bien feos.
ROSANA TORRES CINTRÓN: Los viejitos eran exigentes de dónde los velaban.
EFIGENIA TORRES: Yo creo que yo me paro de la caja y le doy (se ríe)
Entre chistes y risas, esa generación dice la verdad. Aún quedan semillas de esos pensamientos del “qué dirán” que se escabullen en conversaciones casuales. Algunas personas se preparan, seleccionan y pagan los trajes que lucirán, el color de la caja y si es posible hasta la foto que pondrán.
EDMARÍ ORTIZ: ¿Y tú? ¿Cómo tú quieres que sea tu funeral?
XAVIER ORTIZ-TORRES: Ah, bueno, a mí sí me gustaría que sea un fiestón. Que sea en un sitio que haya mucho parking para que llegue mucha gente. No sé si quiero que me velen dos días. Quizás no todas mis amistades son necesariamente católicas, pero sí me gustaría que haya algo por 9 días… algunas actividades que me gusten, que les recuerde a mí. El acompañamiento en esos días es importante, sea la forma que sea.
El velatorio con el que comencé este texto era el de Mariana. Murió a sus 89 años y según me cuentan era contenta, le gustaba la música y el baile. Es el primer funeral que retomó las tradiciones del campo luego de la pandemia, sin embargo, no se planificó así desde el principio. Mi amiga Cartagena lo cuenta mejor: Recuerdo el 21 de septiembre a las 2:28 de la madrugada. Recibí un mensaje de mi amigo Luis, en el cual me indicaba que su mamá había fallecido, y que él me lo decía porque ella me quería mucho al igual que yo la quería a ella, pues habíamos compartido lindos momentos… Rápido le pregunté en qué le podía ayudar, qué necesitaba y él me informó que la iban a velar en la funeraria porque aunque deseaba velarla en su casa, no se podía por los protocolos del COVID. Se sentía muy triste en ese momento. Al fin y al cabo optaron por la funeraria y al otro día volver a verla en la mañana y enterrarla a la una de la tarde del sábado. Ese viernes la velaron y cuando iban a cerrar la funeraria, que ya la gente se iba a ir para su casa, Luis no quería dejar a su mamá sola. Así que le implora, le pide, le ruega al dueño de las facilidades que no dejará a su mamá sola allí, que se la quería llevar para su casa, que si le podían conceder ese deseo y así lo hicieron. Llevaron el féretro con una parranda, hay videos. Llegaron a la casa y comenzó el velorio donde él desde un principio quería porque incluso me había indicado que no iba a poder vivir con ese cargo de conciencia de que no veló a su mamá en su casa. Pusieron un comunicado donde indicaba que la estaban velando en la casa y que el entierro era el sábado. Llegué el sábado como a las 8:30 de la mañana y había mucha gente. Estaban los vecinos, iban a comenzar el rosario. Ahí empezamos a rezar y a mí me tocó un misterio. Después siguieron llegando vecinos y seguimos hablando. Compartí con gente que hacía tiempo que no veía y que quiero mucho. Me encontré allí a Esther la de Demetrio, a Juan María, hablé un rato con el alcalde, con Lourdes y sus hermanas. Después de eso llega Toñita la hermana de Yolanda y de Susa, digo, dentro de todos sus hermanos porque si los menciono a todos no termino. Trajeron arroz y sancocho para que todo el mundo comiera. Entonces llega el momento del acto religioso y Carlos Colón Bernardi celebró una liturgia. Cantamos aguinaldos y décimas hasta el momento de cerrar la caja. Después nos fuimos para el entierro. Llegamos al cementerio bajo un aguacero. Los familiares que hablaron con el corazón en la despedida, resaltaron la alegría de Mariana y su entrega a la familia. También, expresaron la gratitud por el cuidado tan especial que los hijos le brindaron durante su enfermedad. De igual forma, agradecieron la presencia de amigos y familiares y su apoyo en el dolor. Entonces, se procedió a enterrarla. Ese mismo día en la tarde comenzaron los rosarios en su casa, porque querían que el novenario fuese el domingo en la misa de la comunidad de Maná. Así fue, todas las tardes por ocho días las puertas del hogar se abrían para recibir a las personas que llegaban a rezar, a abrazar, a acompañar. El noveno día se celebró en la mañana del domingo 1 de octubre en común unión con los que vivió hasta su partida, su amada comunidad.
Sin duda, este funeral es de los pocos que han continuado esa tradición del campo. Ya veremos que depara el futuro y cómo mi generación modifique u olvide los rituales. Espero que pase lo que pase, no falten los encuentros que sanan, las anécdotas adornadas con risas y el pan con chocolate caliente que abraza la barriga del alma.
Este texto es un borrador para el proyecto en desarrollo "Barranquitas desde el cristal" gracias a una subvención de NALAC, otorgada en el 2023.

© Xavier D. Ortiz Torres
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